viernes, 22 de febrero de 2013

1969. Anecdotario (ENET 1)


Ruben Grinstein, Vive en Israel hace muchos años, desde 1972. En una web de su autoría, deja recuerdos de su paso por la ENET Nro.1 hacia fines de la década del 60. Este es un extracto de sus vivencias, el cual pueden consultar en http://jadashot.tripod.com/Vivencias.html
... Y así llegué al colegio secundario, a la escuela técnica, donde éramos todos varones.Ya éramos todos mayores, menos inocentes y todo se empezaba a entender mejor... En la escuela, la materia: “educación democrática”  era muy importante. Gracias al despertar de mi curiosidad intelectual pude percibir que la enseñanza y la realidad circulaban por caminos opuestos...

Un día estaba yo en la escuela en la clase de “taller”, sentado frente a una fresa y un alumno, consumido por el odio antisemita, me golpeó con una lima, hiriéndome en la cabeza. Por cierto luego nos encontramos a la salida del colegio y de tantos golpes que me dio en la cara,  mis ojos quedaron negros. El era mucho más fuerte que yo. Yo no fui al colegio un par de días, pero a él le quedó el dolor en los genitales de los golpes que le di. Aunque los moretones no eran visibles, estoy seguro que sus dolores eran más dolorosos que los que yo había recibido... 

En el colegio, yo era el locutor de los actos patrios. Me encantaba tener un micrófono frente a mí, ésto representaba estar al frente de todos los alumnos, serían unos 1000. En cada acto, había que cantar el himno nacional Argentino y yo  frente a todos los alumnos y profesores nunca lo hice.  

de los profesores
En el colegio había un profesor al que llamaban Mangucho, (por el mango del martillo), ya que él enseñaba a hacer martillos con la lima. Este profesor tomaba los trozos de acero para revisar si estaban siendo bien limados y los tiraba al suelo para que el alumno se agachase a levantarlos y él pudiera mirarle el trasero.De él se cuenta que un día lluvioso en Concordia, se le apareció por la noche en la calle a una profesora y periodista que tenía un programa de radio sobre temas de limpieza y orden en la ciudad y él, que iba sin ropas bajo su capa de lluvia, la abrió diciéndole a la periodista: ésto es para tu columna “lo que vi al pasar “.

También estaba “Carbonilla “(polvo de carbón) que llevaba este nombre debido a su tez oscura. El nos enseñaba en taller una materia llamada “fundición”. Tenía una característica muy especial, era fanático de fútbol y, como muchos concordienses, tenía un equipo local favorito: el Santa María de Oro y otro nacional, Boca Júnior. Cuando uno de los dos perdía, venía tan indignado a dar clase, que no importaba cómo habían salido los moldes para la fundición, los pateaba y decía: “zarandée y haga de nuevo“. Si alguno se atrevía a preguntar, “¿qué hice mal maestro”? Su respuesta era: usted no escuchó que perdió Santa María de Oro o Boca, (o los dos) y ésa es la causa. Así era este especial profesor. Quizás él era el único hincha de Santa María de Oro, pero muchos eran de Boca. Yo también. El Tape Rodríguez, que nos enseñaba “termodinámica“, cuando Boca perdía (y lamentablemente ocurría), hacía pasar alumnos al frente a decir la lección y a todos les ponía 0, así se sacaba la bronca del terrible desastre que era para él la derrota de Boca.  
Tenía dos profesores  de apellidos Luna y Montenegro, que eran iguales de cara aunque no tenían ningún parentesco entre sí. Tenían caras de gato, por eso uno era el “Gato Luna” y otro el “Gato Montenegro”.  Este último venía de vez en cuando con zapatos de pares distintos y este detalle provocaba sonrisas. El otro gato, nos enseñaba física y para demostrar lo que enseñaba sobre la ley de la gravedad, tiraba sillas y su mesa por la ventana del aula que estaba en el segundo piso. Aprendimos la lección. Y a quererlo también.  

No los llenaré de cuentos. Pero es importante que agregue  también que me enseñaban profesores muy carismáticos  como la chueca Penco, el “teacher Salvarredi” (a quien le debo cuentos, pero no inglés que era lo que debíamos haber aprendido) una profesora a quien llamábamos “la víbora” y cuyo nombre no recuerdo, el sapo Rodríguez y su hermano menor que por eso era el “sapito” y cómo no nombrar al “chancho Ancarola”. Hubo muchos más pero no los tengo presentes, quizá me llamaban menos la atención.  
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Publicación de Ruben Grinstein

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